martes, 18 de marzo de 2014

Accesibilidad universal

Accesibilidad universal



"Por accesibilidad universal se entiende la condición que deben cumplir los entornos, procesos, bienes, productos y servicios, así como los objetos o instrumentos, herramientas y dispositivos, para ser comprensibles, utilizables y practicables por todas las personas en condiciones de seguridad y comodidad y de la forma más autónoma y natural posible. Presupone la estrategia de «diseño para todos» y se entiende sin perjuicio de los ajustes razonables que deban adoptarse."

Este kafkarrillo esta basado en hechos reales. Me fue relatado por la víctima, la protagonista.

Ella asumía la historia con filosófico buen humor, ese que tiene la gente que sabe reírse de sí misma y que no tiene nada que ver con practicar el humor negro para ser aceptado por los demás. Reírse de uno mismo es no darse la importancia y no tratarse siempre con aires de dignidad ofendida, sino carcajearse de la poca cosa que somos las personas empezando por uno mismo. Lo otro, lo que se espera muchas veces de una persona con discapacidad, es que admita y practique un supuesto "humor negro" que cobija muchas veces la falta de estima propia y ajena.

La protagonista es una mujer con discapacidad. De hecho, con un grado de afectación bastante importante que le obliga a desplazarse empleando una silla de ruedas a motor. Un amigo, que es usuario de una de estas tecnologías de apoyo para el desplazamiento, me pidió hace tiempo que no me refiera a ellas como "sillas eléctricas", que es un término que se emplea para otro tipo de sillas más del gusto de los republicanos de Oklahoma y que, no sé por qué, le daba "mal rollo".

La cuestión es que cuando una persona tiene la movilidad reducida, se desplaza en una silla de motor y trata de llevar una vida tan normal como le es posible (salir, trabajar, tener hijos, estresarse en el curro, comer por ahí, et cetera.), es fácil que se coja algo de peso y precisamente este era el caso.

Es un terrible delito moral que la sociedad castiga constantemente creando un mundo de talla XS donde no encaja nadie, y especialmente ninguna mujer que tenga la "desfachatez" de apartarse de un canon marcado por adolescentes desnutridas. Por el contrario, los que marcan estos esqueléticos arquetipos si que son un grave caso de "fachatez". Para otro día hablamos de como se queda uno cuando entra en una tienda donde tu habitual talla 46 se transforma en una 54, se considera una especial y te tratan como a una inmundicia moral por mezclarte con su esbelta clientela y someterles al desagradable espectáculo de tu gorda presencia.

Nuestra amiga, como le corresponde a una mujer que ya ha pasado una primera juventud y ha tenido hijos, tiene visita al ginecólogo con periódica frecuencia. Para cualquier mujer estas visitas pueden ser más o menos llevaderas (no hablo por experiencia inmediata, claro) dependiendo de diversos factores. Entre los factores que tienen especial relevancia están las cualidades psicomotrices y habilidades personales del facultativo, su sexo, simpatía (por exceso o defecto), lo propio o impropio de los comentarios que pueda hacer, la delicadeza o ausencia de ella a la hora de hacer preguntas pertinentes o no e incluso su religión y las sugerencias que se pueda aventurar a hacer sobre la moral y costumbres ajenas y, supuestamente, paganas de la gente.

Cansada de hacer maniobras de transferencia de la silla a la camilla de ginecología con la poco experta ayuda que le era proporcionada en su centro de especialidades, presentó una queja y solicitó al organismo pertinente que el centro se equipase con una camilla especialmente adaptada a sus necesidades que una búsqueda superficial en Internet le permitió descubrir. Al menos el número circense (no estaba muy segura si de trapecio, de equilibrista, de doma o, en alguna ocasión, de clown) quedaría relegado al olvido.

Un par de años después, tras largas y difíciles gestiones por parte de la administración, recibió la noticia en una carta de que, habiéndose equipado con la suprascripta camilla, su nuevo centro de referencia en lugar de ser el de su barrio era otro, y no precisamente del barrio de al lado, sino casi del "otro barrio".

Efectivamente con el bendito descentralismo que suele imperar en las comunidades multiprovinciales, le mandaban a un hospital dos provincias más allá a casi 400 Km. de distancia y con la necesidad de dar una compleja explicación para faltar un día al trabajo (la administración siempre facilitando la cosa de la inserción laboral de las personas con discapacidad). En los viejos malos tiempos de la "tiranía centralista" hubiese tardado menos en desplazarse a Madrid, que le pillaba más cerca, aunque no hubiese sido necesario porque la unidad de atención, en lo que se refería a servicios y equipamientos hospitalarios, era en aquellos tiempos la provincia.

Desde luego podría ser peor, como un conocido de ambos que tenía que desplazarse en avión varios días por semana a dializarse a Tenerife por la gracia de no querer equipar el hospital de su isla con una máquina para ello y gastando su administración sanitaria auténticas burradas en billetes de avión en lugar de en aparatos de diálisis.

Para el traslado a la otra punta de la comunidad autónoma disponía de varias alternativas, todas ellas en este caso por cuenta (y riesgo) de la interesada.

La primera opción era un tren, y cuando digo un tren quiero decir un único tren al que se podía acceder con una silla de motor sin desmontar varias filas de asientos y que RENFE, que no pensaba desmontar nada, ponía a disposición de sus clientes bien tempranito, evidentemente con independencia de, e indiferencia hacia, las necesidades del usuario.

Ese mismo vehículo realizaba el trayecto de vuelta, para que se aprovechase bien el día, a las nueve post meridiam. Todo ello siempre que se avisara con varias horas de antelación y se personase el pasajero una hora antes en el anden a "echar el ratillo" cumpliendo con el ritual de despersonalización en el que unos tipos te dan unos "viajes" antes del viaje, eso si, actuando como si fueses un mueble y no estuvieses presente mientras "facturan el equipaje" que eres tú mismo.

Aún así mejor con estos impersonales profesionales que cuando unos simpáticos y aguerridos espontáneos agarran de aquí y de allí, sin preguntar antes, con grave riesgo sobre todo para su salud y a menudo descubren que estas sillas pueden llegar a pesar cerca de 90 Kg. creando las habituales lesiones en los discos vertebrales de los improvisados costaleros.

La siguiente opción para el trasporte, más flexible en lo que a horarios se refiere, era lo mismo pero en autobús sin rampa para acceder al interior. No es necesario comentar nada más. Hay un límite hasta para el más vicioso sumiso de los masoquistas.

Finalmente y a un coste astronómico, completa flexibilidad de horarios y una accesibilidad simplemente factible, estaba la opción de un taxi.

Tras intentar durante un par de años convencer a funcionarios, cabrearse con ellos, amenazarles... en fin, después de atravesar las consabidas fases de negación, ira, negociación, depresión y aceptación, decidió que la salud era lo primero y perder un día y unos cientos de euros (por no hablar del lucro cesante en caso de que no la renovasen en el trabajo) yendo a la consulta ginecológica de su centro de referencia.

La camilla allí le esperaba, en la clínica del hospital universitario desde que había sido trasladada por la empresa fabricante de Zurich afortunada adjudicataria del concurso.

La compra había requerido el viaje a una feria de material hospitalario en Bruselas del gerente del hospital, un consejero de salud, dos amiguetes de otra consejería, que no tenía nada que ver, pero que les habían llevado a otra similar el año anterior en Tailandia y una neumática secretaria que estaba enrollada con uno de ellos (y que, al menos, conocía una consulta de gine por dentro), siempre con el imborrable recuerdo de aquel viaje de negocios a una feria de maquinaria agrícola en Bangkok que tan buenos momentos les había proporcionado.

Tras cargarse de "obsequios publicitarios" en la feria que incluían carteras de piel y bolsos de esos que valen el sueldo de un mortal y haber sido invitados por comerciales que no reparaban en gastos (especialmente los vendedores suizos) a varias comidas y cenas en lo más lujoso de la capital de Europa, volvieron con un misterioso sobre en blanco en el bolsillo y la compra hecha, la cual incluía entre otros artilugios, la camilla de marras con sus instrucciones en alemán, francés, italiano e inglés, que algo bueno tenía que tener comprar al políglota país de los Alpes.

Si alguien quiere saber quién pagó todo esto, que busque el espejo que le pille más cerca.

Por fin en el hospital. Con la simpatía que caracteriza al personal no facultativo que detrás de un mostrador durante décadas tiene como función ser amable y dar indicaciones a quién le pregunte, le ladraron como si hubiese preguntado en el bar de enfrente: "¡eso es en la séptima norte!".

Un ascensor semiadaptado compartido con una muchedumbre le llevó a la consulta de su ginecólogo y, tras la habitual espera en la sala de esto mismo, el doctor salió a recibirla.

No, no salió a recibirla, porque también salió una enfermera y cerraron con llave la consulta, lo que explicaba que le hubiesen asignado el último puesto en el orden de atención de ese día. Resultaba que el ascensor semiadaptado que la había subido a ella y a la silla de motor hasta la séptima norte con cierta dificultad, no permitía (ni este ni ningún otro del hospital), subir a tales alturas la enorme joya de la ingeniería suiza que habían adquirido, por lo que había sido situada en otro lugar. Estaba tras una cortina, detrás de la tarima-escenario del Aula Magna, junto a un piano de cola y una mesa de mezclas en el ala sur de la planta baja.

Con la ayuda del bedel que tenía las llaves del aula, el chíspa que, gracias a sus conocimientos prácticos más que por sus nociones de alguna de las lenguas que acompañaban el instrumento y un celador, el doctor empezó a manipular los controles de la camilla para tratar de aprehender su mecanismo. Mientras, tras la cortina, con la escasa ayuda del piano, la mesa de mezclas y la enfermera, nuestra heroína se calzaba un pijama de hospital, de esos que tan poco dejan, no ya a la imaginación, sino al pudor de quien los usa. Al menos la silla de motor le permitía desplazarse sobre la tarima crujiente sin que la dejasen aparcada, literalmente, en batería o en diagonal, al lado incorrecto de la cortina.

Tras añadir a las bondades de la camilla ginecológica y a la digna postura en la que sitúa a la usuaria un mecanismo de grúa hidráulica y la presencia de un par de espectadores imprevistos: "perdón, pensábamos que no había nadie...", como era de esperar si dejas la puerta del Aula Magna semiabierta,... en un ejercicio de asertividad ("que se vaya todo el mundo a tomar por el...") consiguió que la dejasen a solas con el médico y la enfermera.

Al menos un rato, hasta que el bedel volvió al poco tiempo con un centro de mesa, una jarra de agua y unos vasos para ir preparando la sala para el acto que había más tarde allí mismo y no habiendo captado la ironía de un: "pasen, pasen, al fondo hay sitio".

El mundo está lleno de gente que no capta las ironías y no conoce a los clásicos. Gente triste que no saben reírse de si mismos..., pero sobre eso no hay ningún examen en los concursos-oposición.

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